jueves, 22 de abril de 2021

Las Damas y el Orador (Parte VI)

Bajo un cielo cercano a los enfrentamientos, bajo la piel de aquel lugar, Knut sólo estaba preparado para afirmar su presencia, a pesar de que solía refugiarse en su titubeo. Ellas lo recibían como un trabajo educativo edulcorante. Y él volvía, muy animosamente a Manhattan, reprochándose repetir la experiencia, pues le llenaba de un estado de tensión  conmovedor; un mal menor, si uno se fija bien. 

Knut pensaba breves performances para las bocas que corrían a refugiarse junto a él, tan silenciosas en realidad, provenientes con frecuencia de los mayores  alegres y alborotados demonios que ellas llevaban dentro. Nada grato.

Las Damas se esforzaban, como es lógico, para no correr riesgo alguno durante la conferencia, privándose así de un conocimiento ofensivo para ellas, lidiando con chismes represivos que deambulaban por la sala. Pero Knut tenía la bondad de un amante, casi de un niño, un lumbreras honrado como pocos quedaban, sin miedo de aquella atmósfera de comodidad anodina. 

Y tras un lapsus mental (era muy propenso a ellos), se despertaba insensato creyendo en él. Nunca pronunciaba un saludo profundo ni prosaico. Decía las cosas para esas desalmadas en tono placentero, depositando sus crónicas abandonadas en una improvisación más bien opresiva, y asaltándolas con sus ilusiones. 

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