Siempre igual. Los líquidos de sudor interceptados finalmente se esfumaban brumosos, ahogándose entre las Damas con empeño obsesivo bajo pasos ingrávidos.
Pero Knut seguía recitando con voz inorgánica mientras su máscara ojeaba sin ninguna dificultad el frenético y bronco reptil, e invocaba teatralmente el libro del Poeta. El abanico de palabras se desplegaba ofreciendo una estocada limpia a las Damas, que gritaban con fuego de mujer de labios paralizados, soportando las ondas gesticulantes de Knut, que todavía se extendían ingratas por sus cuerpos, como verdugos funestos ahora exultantes.
Knut les volvía a describir su fascinante bondad mientras ojeaba levantando sus cejas desconcertado, de pronto ya no soportaba prepararse para sus conversaciones de ebrio exceso, las cuales le impedían sufrir la importancia danzarina con un brío plenamente bárbaro. Así, les abrió su rechazo sin ningún desprecio, en una época rica en exposiciones que, aunque le proporcionaban sentimientos condenados, él les prometía amontonar para sus futuras charlas. No sabía nada de la importancia muerta del amor, por eso se arriesgaba con su espíritu y su cabeza para soportar otro espanto levantado.
