lunes, 13 de junio de 2016

Las Damas y el Orador (Parte III)

En aquella nueva charla, Knut incluyó sus recuerdos antes de que se echaran a perder. Sin amargura ni seriedad.
Knut siempre fue totalmente distinto e insuficiente, un orador que se sentaba a menudo en su escritorio para hablar objetivamente de su arte, al que siempre juzgava de desacato o injurioso, para desgracia de las damas. 
Éstas lo sometían a discusión y lo contradecían. Le explicaban que lo que juzgaba no era su persona, sinó la situación en la que se encontraba. Y lo tranquilizaban manifestando claramente que atravesaban con naturalidad, y de forma casi humorística, sus constantes despistes.
El efecto que sus palabras le producían era de un valor insospechado para Knut, un refrigerio a su autoestima. Entonces se ponía a escribir otra vez, aunque fuera a altas horas de la noche, aunque fuera con ideas muy imprecisas, aunque fuera exclusivamente para proyectar su sombra sobre los ojos de ellas...
Y luego se dirigía arrastrando los pies profundamente, de manera que los miembros inferiores formasen un círculo para estar más unidos a la naturaleza. Así y sólo así podía transmitirles lo que le gustaba menos de todo ese rigor.
Pero por alguna extraña curiosidad todo le parecía vacío. Entonces se pasaba la mano por la pálida frente, las miraba con desdén y retornaba a evocar sus recuerdos.