sábado, 27 de febrero de 2016

Las Damas y el Orador (Part II)



En aquella tenue claridad, los ojos de Knut se acomodaron pronto a la lobreguez de la sala; era cuestión de tener un corazón solitario.

La notificación había llegado hasta delante de su casa por iniciativa de las jóvenes damas, las cuales confiaban plenamente en su discurso. Pero ese día él no se sentía bien, y con voz queda se preguntó “¿qué me ocurre?”.

Estaba totalmente cualificado para lanzar la consigna. Los zapatos bien limpios y ni una arruga en el traje. Las jóvenes estaban esperando su discurso y el cielo lo protegía. Y además estaba absolutamente seguro que tenía muy buen gusto.

La decoración artística del espacio estaba todavía bastante bien conservada. Había remendado, sellado, planchado y lavado hasta caer rendido. Se notaba viejo, cansado y sin ganas… se veía como un nido de pájaros abandonado en una grieta hostil. Él era lo único que no concordaba en ese espacio tan elegante. Le faltaba algo bonito y al mismo tiempo suave, de colores ligeros y que se amoldara a su cuerpo, como una gorra.

Esbozó una sonrisa casi melancólica, tal sonámbulo en el interior de su sueño. Había experimentado muchas cosas nuevas y desconocidas para la gran mayoría. Sus pensamientos se abrían y cerraban por instinto, inteligentemente naturales. Eso lo aliviaba visiblemente, y volvió a sonreír. Aunque todavía se resistía un poco a reanimase, pues le parecía increíble, y no estaba muy seguro de que le sentara bien. 

Aún se encontraba en un estado de aturdimiento, una musaraña ridícula prisionera y carcelera de su propia desnudez. En esta condición nadie le prestaría atención. No eran tiempos de revolución. No debería haber pensado en ello, le hacía dependiente del retumbo de su corazón. Pero no sabía lo que era vivir sin pensar, sin intentar descubrir sus sentimientos… 

Sin embargo siempre se le olvidaba algo, que sólo era un anciano intentando explicarse, un anciano en su fría habitación, con la boca entreabierta y la mirada vacía.
Y rompió a llorar de pena.