Sin
ni siquiera prestarle atención lo llevamos a la práctica cada día, mientras se
dispersan los cuerpos desnudos tras los lastimosos cuidados que reclama el
momento de la muerte.
Sólo
conseguimos comernos la gravedad de las palabras al darnos cuenta que la
situación del otro es peor, y al saberlo nos retorcemos en la silla por no
poder hacer… Hablamos con entusiasmo del suceso para reflejar vivamente nuestra
estructura interior. Y a pesar de todo ya no tenemos miedo.
Escribimos
a toda velocidad las palabras que nos giran en el fondo del cerebro y el músculo se
relaja de golpe. Pero no se puede retrasar más el decirlo, la “pobreza” de la
humanidad es tan opresiva que puede estallar todo en cualquier momento. Menuda
mierda.
Por eso me pongo a escribir, el corazón me late muy deprisa -es otra
manera de masturbarme sin la necesidad de la poderosa belleza viril-. Es la
excitación por la situación de Europa Occidental, carente de luminosidad,
aquella que ha llevado a cabo su gran obra de destrucción y ha acabado destruyéndose
a sí misma, como la propia vida.
Todo
se ha acabado. Es la ley de la naturaleza. Nunca pensé que tendríamos tan pocas
posibilidades. Nos aferramos a la vida, pero no nos dejan salir del gris
profundo que lo envuelve todo.
Lo
único que sé es que no hay ninguna certeza, como dijo aquel…