A veces me canso de renunciar a cogerme la cabeza para
aniquilar las efusiones del pasado. La mentira lucha y gana en el interior
del mismo presente eterno. Nadie sirve de nada. Me aconsejaron que
interviniese, a pesar de los años en busca de un reflejo para sobrevivir, y me
atrajeron a la inflexible y, a la vez, feroz inmortalidad.
En aquel tiempo, las piedras se dispersaban al amanecer,
encontrándose bruscamente atadas a la tierra. Un breve y extraño instante, como
una llama apagada de repente creando una atmósfera de silencio.
La piedra, al final, fría en la tierra, fijada a un suelo de
barro, se convierte en la única fecundidad que pierde el sentido del tiempo.
Luego, conserva el recuerdo de las recepciones de lo perdido, disimuladas al
anochecer del sexo, en las profundidades de la bruma.
La aurora observa nerviosa como la privan de sus fantasmas,
empeñada en una mañana siguiente, la que precede a las alondras que huyen de lo
trágico para sustituir continuamente las exhalaciones de las sombras ante la
pérdida que ha crecido en el olvido.
Sant Jordi 2014
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