miércoles, 19 de febrero de 2014

¡Puta vida!

En un lugar indeterminado, me tomé un par de helados con el dinero de mi salario mínimo, si no me equivoco. Al cabo de un rato, la pantalla se iluminó y aparecieron un montón de empleados que se pusieron a rezar inmediatamente, como mongoloides, entorpecidos por sus cuerpos en constante movimiento para no desperdiciar la oportunidad de pacificar aún más su empresa.

- ¡Vuelvan! No han terminado las cuatro salsichas que tan bien guardadas les he preparado. Verán que interesantes les resultan...

Siempre había tenido la esperanza de que me llamaran, por eso siempre estaba atento y despierto, y hacia lo posible para atraer a la gente, no podía aflojar mi vigilancia para no perderme ni un instante de lo que pasaba. Era muy audaz. Trabajaba hasta el agotamiento, aunque nunca conociera a esa gente, pero una voz me decía que era bueno que no me hubieran denunciado, como solía pasar.


Pero cuando me di cuenta, ya me habían colocado esas cadenas. Había que tratarme antes de que causara más disgustos, y yo, como siempre, les prometía convertirme en una persona nueva mientras los miraba por entre los cristales opalinos de la lámpara. Era fascinante!

El blanco copete, parte de mi escasa herencia, sólo me lo ponía para hablar, para que vieran lo apuesto que era. Entonces les hacía una propuesta desde dentro de la jaula mientras me abrochaba y desabrochaba mis atavíos, que tanto éxito tenían. En eso era como una mujer. Era una norma que nunca desobedecía: Antes de salir, echaba una miradilla al espejo con ojillos de mujer que finge sofocos, y luego salía contento a cazar mariposas. La verdad es que les tenía apego a las mariposas, y nunca las pisaba. Pero no voy ahora a hablar de mariposas. Estaba contando lo de la conferencia que les daba a esa gente, una conferencia absolutamente enfocada a solucionar el conflicto, todo para poder recibir después su bendición, que a mi se me antojaba como un buen augurio. Se supone que eso siempre funcionaba, y si no... ¡Así se los trague a todos el diablo!

Aquellas palabras, salidas a hurtadillas de mi desnuda voz, dieron su efecto media hora más tarde, cuando yo salía de la jaula tal cual pajarillo volando bajo el sol.

Eran muy indulgentes conmigo. ¿Qué les importaría yo a ellos? Tenían el descaro de rociarme con aceite, y no paraban hasta que aparecía algún conocido para salvar al menda. y en un gesto rápido, de un tirón, me hacía desaparecer entre una nube de polvo. Aunque siempre llegaba tarde y a mi ya me habían dejado hecho cisco...

Una profunda idea me vino a la cabeza y enseguida pronuncié un enorme eructo - me pasaba siempre que tenía una idea profunda-. Me vi dirigiendo una fábrica, bastante vieja, eso sí, pero al fin y al cabo estaba alejado de todo lo que era alterar el orden público. Tendría una mesa con lápices, y me haría un tupé con mi voluminosa mata de pelo color fuego. Luego escribiría palabras precisas - con cierto respeto- para atraer nuevos clientes, lo cual sería mi interés más importante. Y al salir no tendría ganas de llamar un taxi, era más interesante superar los obstáculos que quedarme dormido en un vehículo de esos. Iría cruzando canales todos los días, dando pases de baile para no pisar las mierdas, contando mentiras a las chicas, hablando por los codos y charlando sin tener nada preparado, no en vano era un chico educado y con estudios. Y siempre conseguiría reunir un gentío tremendo a mi alrededor que llamaría a la policía y conseguiría volverme a encerrar.

¡Puta vida!

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