martes, 23 de abril de 2019

Las Damas y el Orador (Parte IV)

Knut empezó la charla una vez hubo razonado de manera completamente mística. Había reservado un difunto huevo de serpiente de dónde había salido la lombriz del poeta que tanto necesitaba para consigo mismo, como un refugio de naturaleza. Torpemente, su gran soledad atravesó por enfrente de él con un gesto de ofidio, como si lo más viejo regresara por el sitio donde no pasa nada y sostuviera una herejía.
Luego se puso en correspondencia con una pajarita que cantaba jazz, un poco anómala, que se sentaba sin decir nada, con las manos frías como cimas de montaña. Entonces la invitó expresamente a ver el cadáver de la envidia, que ella fotografió con su móvil.
Cuando Knut continuó su charla les contó a las otras Damas que todo era real en un mundo perdido, un mundo que antes había sido magia, y que ya llevaba tiempo instalado aquí de forma rebelde, devorando nuestro planeta, cerrando los agujeros complejos y sellándolos para siempre.
Las Damas, como siempre, se retorcieron de placer tras oír sus voluminosas palabras.

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