Me costó asociar ambas imágenes, tras ese atrofiado desánimo. ¿Tal vez
también estaba en la parte perdida que tenía lugar en nuestras vidas? ¿O quizá se
trataba de la sombra de un mal presentimiento que me succionaba hacia un vacío
profundo?
La consciencia que eso me provocaba se deslizaba como un pájaro más
pesado de lo habitual, más distinguido, más calculador, en su vuelo con
destino, ajeno a los errores, sin darse cuenta del corto periodo, directo y
profundo, de la ilusión.
Los puntos esenciales que tenía delante se referían a un simple argumento,
como un fusible fundido, escasos y, en su práctica totalidad, caseros.
Me dirigí entonces hacia mis maletas, opresivas por falta de vacío, sin un
soplo de espacio desocupado, a punto de caerse despojadas en un agujero tan
apretado de frialdad que parecía olvidado.
Así que me dispuse a desaparecer para siempre por primera vez, como por
casualidad, para lograr ensamblarme con una piedra que tenía en la mano, al
romperla en mil pedazos de espuma blanca.
La verdad es que era algo que yo no
podía ver.
Mientras, del otro lado dejaban de crujir las tinieblas, tan lejos, pero tan potentes.
Y yo alargaba la mano, negra y flaca, con la piel carcomida adecuadamente...
¡Qué sensación!
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